viernes, 30 de noviembre de 2012

De vacaciones en París

           Bonjour!

Antes que nada, siento haber desaparecido las dos últimas semanas, pero es que mi novio vino a París de visita y no había abierto el ordenador. Desgraciadamente, ya se fue así que ya vuelvo a mi rutina parisina.

La verdad es que en estas dos semanas he sido una turista al 100%; fuimos a la Torre Eiffel, al Arco del Triunfo, al Louvre, a Notre-Dame, Montmartre (como me aconsejaron por aquí…), e incluso dimos un paseo en barco por el Sena y, por supuesto, caminamos y caminamos por prácticamente todo París.
Lo cierto es que no descubrí casi nada nuevo, porque él nunca había estado aquí y tuve que enseñarle el típico recorrido que ya he hecho varias veces. Sin embargo, vistamos el Château de Versailles, cuya visita recomiendo fervientemente. Es cierto que ya había ido hace un par de años, pero fui un domingo, con lo cual había demasiadas personas y casi no pude ver nada, y encima me llovió, así que tampoco pude pasear por los jardines. Pero esta vez, fuimos un “soleado” jueves y pasamos allí todo el día, así que no solo pude ver con tranquilidad todo el palacio y admirar sus enormes jardines, sino que también pasamos casi toda la tarde en los dominios de María Antonieta, es decir, el Grand Trianon y el Petit Trianon.
Lo que más me gustó fue el Petit Trianon, pero no solo el palacete, sino la preciosa aldea que María Antonieta mandó a construir: es como un pueblito con adorables casitas normandas, con su molino, su huerto, su faro… ¡hasta con una granja!


Así que de verdad recomiendo a todo el que vaya a París que le dedique un día entero a Versailles, y no solo al palacio sino también a esta pequeña aldea y a los jardines, porque constituye un magnífico y romántico paseo.

El otro gran descubrimiento, mucho menos turístico, fue una pequeña librería que encontramos en Saint Michel, donde había cajas y cajas llenas de libros a 20 y 50 céntimos. Son libros usados de todo tipo; es cierto que hay algunos muy viejos e incluso un poco rotos (yo misma me compré uno sin cubierta), pero también hay otros que son bastante nuevos y que se venden a ese precio simplemente por ser de segunda mano o porque su antiguo dueño escribió su nombre en él. Además, no solo son novelas, también hay muchos libros para la Universidad, de derecho, de economía, para aprender idiomas… Se puede encontrar casi cualquier cosa en esas cajas. Así que, después de pasar ahí cerca de una hora, yo me llevé tres novelas y mi novio, que también está estudiando francés, un libro de vocabulario francés-español y dos libros de lectura, ¡y todo por menos de 3 euros! Para que luego digan que París es caro…

Y bueno, la verdad es que con tanto turismo no he tenido la ocasión ni el tiempo suficiente como para tener anécdotas frustrantes o graciosas que contarles, así que, mientras espero a que lleguen… Au revoir!

lunes, 12 de noviembre de 2012

¡Por email, por favor!


Estos últimos días he intentado comprender qué es lo que tanto me gusta de esta ciudad. Al principio solo se me ocurrían las cosas más simples y obvias, como sus calles, sus monumentos, sus cafeterías, sus panaderías, sus mercados y sus jardines. Más tarde, me di cuenta también de lo mucho que me gusta el metro de París; me encanta ir sentada leyendo un libro o el periódico, o simplemente mirar a los pasajeros que suben y bajan, hay gente de todo tipo y de todas partes del mundo, pero lo mejor de todo es el “run-run” del metro, cerrar los ojos y dejarme llevar por el movimiento de los vagones sobre las vías y pensar “¡Estoy en París!”

Estuve días convencida de que estas eran todas las razones que hacían que me maravillase tanto París, pero entonces empecé a pensar en las cosas que me sorprendían, que incluso me irritaban y de las que me quejo continuamente; ¿cómo una gran ciudad como París puede ser tan antigua, e incluso atrasada, en algunos aspectos? Esa es la eterna pregunta… Pienso en las cartas, en los cheques, en las escaleras…

No sé si es porque a los franceses no les gusta el correo electrónico o porque, como es tan difícil lograr tener internet, hay muchos que no tienen ordenador, pero el caso es que en París el correo postal sigue siendo fundamental. Aquí hay que enviar cartas por todo, a todo el mundo, y con un montón de papeles. Ya desde Tenerife lo vi venir cuando buscaba alojamiento y vi que todas las residencias me pedían que enviase mi solicitud, con mis documentos y los papeles necesarios por correo postal. Al principio me pareció algo curioso, pero cuando llegué aquí y en menos de dos semanas tuve que enviar más de diez cartas, el adjetivo “gracioso” se convirtió rápidamente en “estúpido”. Tuve que enviarle una carta a la universidad, a la inmobiliaria, a la compañía de internet… ¡hasta para pedir la tarjeta del metro tuve que enviar una carta! Luego, claramente, están los problemas del correo postal y la causa por la que ya casi no exista en el resto de Europa; la carta a la inmobiliaria, en la que tenía que adjuntar unos papeles importantes y urgentes, tardó 3 semanas en llegar, y la carta para solicitar la tarjeta del metro, en la que estaban todos mis datos personales, mi número de cuenta, y hasta una foto mía, se perdió. Pero bueno, al final la encontraron (¿?¿?) y pudieron enviarme (por correo postal) mi tarjeta del metro.
En total, creo que he enviado mas cartas en dos meses viviendo aquí que durante toda mi vida en España. Pero la verdad es que, ahora que me he acostumbrado, que conozco a los empleados de correo y me he comprado un bono de sellos y sobres para todo el año, ¡me gusta! Me agrada mirar el buzón todos los días y ver las cosas que me llegan y ya hasta me parece otra característica encantadora más de París.

Luego está el tema de los cheques. En realidad eso nunca me molestó ni me causó ningún inconveniente, sino que, al contrario, desde el principio me hizo mucha gracia. Al segundo día, cuando me fui a abrir la cuenta en el banco y la señorita me preguntó si quería una chequera miré a mis padres con cara de… “WHAT?” Pero cuando unos días más tarde fui a una floristería y vi a una mujer pagando un ramo de rosas con un cheque de 10 euros lo comprendí todo.  Ahora me da pena no haber pedido un talonario porque me haría mucha ilusión ir a una cafetería con unos amigos y decir “yo invito” y sacar la chequera de mi bolso y pagar. Cada vez que me lo imagino me rio. Pero aquí entregar un cheque sin fondos es un delito muy grave y pensé que tampoco era una manera muy buena de controlar el dinero, así que decidí sacarme una tarjeta joven sin chequera, que además era más barato.

Y por último están las escaleras; llevo viviendo en París dos meses, y aún no he cogido ningún ascensor. Subo y bajo las escaleras de los 5 pisos de mi edificio todos los días, luego en el metro es un subir y bajar constante, y aunque dicen que hay ascensores para las mujeres con carrito o las personas con silla de ruedas, yo no los he visto. Es cierto que en la universidad sí hay ascensor, pero es solo para los profesores, así que sigo subiendo y bajando escaleras… A veces pienso en ir a la Torre Eiffel y hacer la cola solo para coger un ascensor… Pero bueno, así no me hace falta ir al gimnasio y tengo las piernas más duras que nunca. Porque a todo esto hay que sumarle, por supuesto, los tacones; veo a las chicas en el metro, o incluso a mis compañeras de clase, con taconazos todos los días, y al principio pensaba “tendrán ascensor en su edificio”, porque me parecía imposible lo contrario, especialmente si pensaba en las escaleras estrechas de mi edificio. Pero ya hoy, como me adapto muy rápido al medio, subo y bajo yo también corriendo, claro está, las escaleras del metro con tacones. ¡Ya solo me falta llevar un croissant en una mano y un café en la otra!

En definitiva, estas son también las cosas que me gustan de París, que no puedes leer en las guías y de las que a lo mejor no te das cuenta cuando vas de viaje, pero es parte del encanto que tiene y que hace de ella una ciudad tan especial.




Alba

domingo, 4 de noviembre de 2012

Los mercados de París


Una de las cosas que más me maravilla de París son sus mercados y mercadillos. Me fascina de igual manera pasar una tarde o una mañana soleada leyendo en la Place des Vosges, que madrugar los fines de semana para ir a alguno de los mercados al aire libre de París. Para mí son lugares llenos de encanto a los que me gusta mucho ir, no con la necesidad de comprar algo, sino simplemente por pasear. Adoro pararme en cada uno de los puestos para mirar y oler todas las exquisiteces que se pueden encontrar.
Además, me parecen lugares especialmente “franceses”, ya que, gracias a Dios, muy pocos turistas madrugan un fin de semana para ir a buscar un mercado de frutas o un simple mercadillo de segunda mano, ¡pero a mí me encanta!
Hay muchos mercados callejeros en París, y desde luego aún me quedan bastantes por ver, pero de entre todos los que he visitado les recomiendo especialmente tres, muy diferentes entre sí:
Primero está el Marché des Enfants Rouges, que puede llegar a ser incluso el más conocido y el más frecuentado por los turistas debido a su ubicación céntrica en pleno Marais. Se trata del mercado cubierto más antiguo de París y su nombre hace referencia a un antiguo orfanato de la zona donde los niños llevaban una capa roja. Aunque este mercado cuenta con algunas "tratorías", una floristería y algunos otros puestos, en realidad no es el lugar idóneo para hacer grandes compras, sino más bien donde pasear y comer los fines de semana en alguno de sus encantadores restaurantes, entre los que destacan los de comida magrebí, japonesa y otros lugares exóticos.



 
Para curiosear y encontrar algún que otro “tesoro” está el Marché aux Puces de la Porte de Vanves. Es un mercadillo enorme, ocupa dos avenidas enteras, situado al sur de París, por la zona de Montparnasse, y ofrece sobretodo antigüedades y objetos muy curiosos de épocas muy diferentes. Desde luego, está claro que en dos avenidas de mercadillo se puede encontrar de todo; están los típicos puestos cutrillos que venden todos las mismas cosas y casi al mismo precio, pero también hay otros que son realmente maravillosos donde se pueden encontrar joyas, abalorios y baratijas antiguas, e incluso hay uno que vende alfombras y tapices de no sé qué época. Sólo está los fines de semana y hay que ir muy temprano para conseguir buenas oportunidades, pero merece la pena.

Y por último está el descubrimiento que he hecho esta mañana: el Marché de la Bastille, un mercado impresionante situado en una de las avenidas que va a dar a la Place de la Bastille. Aunque encontré algún que otro puesto de ropa y de otras cosas, es un mercado esencialmente dedicado a la comida, pero aún así me enamoró; la variedad es impresionante y el ambiente verdaderamente mágico. No solo estaban los típicos puestos de verduras, flores, frutas, pescados y quesos, sino que también había otros especialmente específicos. La verdad es que estuve cerca de una hora paseando, asomándome a cada uno de ellos e incluso sacando alguna que otra foto. Encontré una dulcería libanesa, un puesto marroquí donde estaban expuestas cerca de 50 especias diferentes, otro dedicado solamente a las aceitunas (¡que me encantan!) y otro solo de setas y champiñones. Además, había también algunos puestos de cada región, sobre todo de Normandía y Bretagne, e incluso vi uno español donde un señor tenía una paellera enorme y ofrecía un platito por 3 euros. Quería comprarlo todo, pero me di cuenta que viviendo sola y con una nevera en miniatura, no era una buena idea. Así que tuve que afrontar una dura decisión. Al final volví al libanés, donde compré algunos dulcitos para probar, y fui al puesto de las setas y pedí un variado… Esa será mi comida de mañana, a ver qué tal. (Obviamente hablo de las setas, los dulces ya desaparecieron).


 
Y otro lugar lleno de exquisiteces que recomiendo, aunque no es un mercado, ¡ni mucho menos!, es la Grande Épicerie de Paris. Es como una especie de supermercado del Bon Marché donde puedes encontrar casi cualquier especialidad culinaria del mundo, y de lo que busques encontrarás una gran variedad. Había una zona entera dedicada al café, otra al té, al foie y a los patés, a los embutidos, a la pasta… Y obviamente una panadería fantástica y una gran bodega. De hecho pensé que allí encontraría por fin un buen jamón serrano, que echo muchísimo de menos, y la verdad es que lo encontré, pero si lo hubiese comprado no habría podido comer el resto del mes… Así que viendo que estábamos en la primera semana del mes, decidí que era mejor contentarme con un buen croissant y… ¡qué bueno estaba!

Bueno, parecerá que he venido a París solamente a comer en vez de a estudiar, ¡pero es que aquí es imposible hacer lo contrario!

Alba