domingo, 28 de octubre de 2012

¡Se acabó la burocracia!


Bonjour! ¡Qué semana! Por fin he terminado de hacer todo el papeleo, es decir, ¡ya estoy completamente instalada! Iba a preparar una fiesta para celebrarlo, pero luego pensé que a lo mejor no íbamos a caber en mi casa…
Lo único que me faltaba era entregar unos papeles de “la caf”, una ayuda que se suele dar a los estudiantes para pagar el alquiler o las residencias. Tuve que ir varias veces porque, para variar, se me olvidó el RIB (un papelito con el número de cuenta y tu dirección que te piden aquí para casi cualquier cosa), pero al fin lo entregué todo.
Sin embargo, este sentimiento de libertad no duró mucho tiempo, ya que empieza noviembre y, por tanto, los parciales de evaluación continua, trabajos y demás en la universidad. De hecho, esta semana tuve que entregar una disertación en francés sobre una cita literaria de mínimo 4 páginas… Recalco lo de “en francés”, pero bueno, para eso estoy aquí, así que a ver cómo sale.
En la universidad tengo muy pocas horas de clase, pero lo cierto es que hay mucho trabajo autónomo; cada semana tengo que traducir varios textos del francés al español, y viceversa, leer libros para las clases de literatura, y por supuesto pasar a limpio los apuntes de cada día, lo que incluye revisar la ortografía francesa que aún no termino de dominar. Además, este trabajo es aún mayor para los estudiantes Erasmus, porque la mayoría de asignaturas nos dan la posibilidad de una evaluación continua, es decir, entregar muchos trabajos y hacer varios exámenes durante el cuatrimestre para así no tener que presentarnos obligatoriamente a la convocatoria de enero, donde no se tiene en cuenta si eres extranjero. El trabajo continuo cansa un poco y a veces resulta algo pesado, pero la verdad es que si todo sale bien, lo agradeceré en enero.
Pero en realidad, tengo que admitir que todo el trabajo de la universidad no me ha impedido disfrutar de París y sus alrededores, especialmente con el buen tiempo que ha hecho en estos últimos días: El lunes, por ejemplo, fue un día muy soleado, e incluso nos hizo algo de calor, así que por la tarde cogí un libro y aproveché para comprarme una granizada e irme al parque de Luxemburgo, mi parque favorito. Creo que estuve cerca de dos horas leyendo a la sombra de los árboles y disfrutando de la tarde, ¡hasta casi me dejé dormir! Cuando empezó refrescar decidí volver caminando a casa, y por el camino me encontré una librería fantástica especializada en idiomas… Cuando salí de allí ya era de noche…

Los demás días tuve que quedarme en casa y trabajar un poco, pero el fin de semana pasado, me fui de visita con una amiga y vecina a ver el Château de Fontainebleau y sus jardines, fue un día encantador, y la visita fue realmente preciosa, y ayer hice una excursión con unos amigos de Madrid a Provins, un pequeño pueblito medieval bastante pintoresco de la región de Île-de-France.
Además, como ya tengo mi tarjeta de estudiante para el transporte, los fines de semana y en vacaciones puedo coger el tren e irme a cualquier parte de la región gratis. Todo el mundo se queja de lo caro que es París, pero la verdad es que hay muchísimas ventajas para los estudiantes, ya sea en el transporte, como en las becas y ayudas, los comedores universitarios o en los museos, que son gratis para nosotros.
Así que ahora que estoy totalmente instalada, pienso disfrutar al completo de todas estas ventajas y conocer París y sus alrededores al 100%. Quiero descubrir lugares recónditos que casi ningún turista conoce, pero que en realidad son lugares maravillosos, para así poder escribir muchas entradas describiéndolos y que todos ustedes los conozcan y puedan ir algún día.
 
 
 
 
                                     ¡Provins!


                          Château de Fontainebleau.

viernes, 19 de octubre de 2012

Un finde en Rouen


Bonjour! Después de muchas ansias de aventuras y de un arrebato inmenso, la noche del jueves de la semana pasada decidí comprarme un billete de tren para ese mismo sábado con destino a Rouen, o como la bautizó Victor Hugo, “la Ciudad de los Cien Campanarios”. Así que, al día siguiente, me compré un mapa de la ciudad y una mochila donde metí un pequeño neceser, una muda, un pijama, la cartera y un libro. Y para ir de mochilera de verdad, busqué un albergue de juventud donde poder pasar la noche.
Para algunos será algo completamente normal, pero la verdad es que yo nunca había ido de mochilera ni me había quedado en un albergue. Y debo decir que la experiencia ha sido fascinante, y que pienso repetirla a lo largo de este año.

Rouen, para los que no la conocen, es una pequeña ciudad del norte de Francia y la capital de Normandía (la Haute-Normandie). En general es una ciudad que pasa más bien desapercibida ante los extranjeros, tanto por su tamaño como por la escasez de grandes monumentos turísticos, a pesar de ser una ciudad preciosa. De hecho, me fue imposible encontrar una guía de Rouen, pero me apañé con el mapa y con Internet.

El caso es que siempre he sentido curiosidad por esta ciudad sin saber muy bien por qué. Quizás porque la primera vez que fui un verano a Francia yo sola para estudiar francés, quise ir a Rouen, pero mi madre no me dejó porque estaba demasiado lejos y prefería que fuese más bien al sur del país… ¡Así son las madres!

Así, llegué a Rouen sin saber con total seguridad qué hacer; había decidido callejear por el casco antiguo ese día, pero estaba lloviendo demasiado, así que tuve que improvisar sobre la marcha. La verdad es que no me hizo falta mucho tiempo para darme cuenta de la gran diferencia que había entre Rouen y París; porque no había ni caminado 100 metros cuando me crucé con una persona en la calle que, tras cruzar las miradas, me sonrió… Enseguida entré en estado de shock.
Pero la verdad es que había más diferencias; en cuanto me bajé del tren, por ejemplo, supe que en realidad este mes no había pasado tanto frío como yo creía, y que lo voy a pasar bastante mal en diciembre y enero cuando llegue el invierno de verdad. Hizo mucho frío ese fin de semana en Rouen, y había mucha humedad en el ambiente, seguramente a causa del río, pero por suerte había ido preparada, así que me puse otra capa más de abrigo y empecé a pasear.
Aunque la lluvia es realmente incómoda para hacer turismo, no me impidió disfrutar de la arquitectura gótica de las iglesias, abadías y de la catedral de la ciudad, ante la que quedé maravillada. Pero la imagen más impactante fue la de la monumental abadía de Saint-Ouen.



 
                                          Abadía de Saint-Ouen


Después de comer dejó de llover y pude disfrutar del caso antiguo, que es verdaderamente precioso y donde destacan las calles adoquinadas con sus casitas antiguas con entramado de madera. Paseando, descubrí también muchas teterías, chocolaterías y alguna que otra dulcería o panadería donde pude permitirme un goloso caprichito.
Pero la tarde me dio otra sorpresa: no solo volvió a llover, ¡sino que además granizó! Aunque parecerá una tontería, siendo de Tenerife, ver granizar, y más en el mes de octubre, es algo que impacta un poco. Así que antes que nada, decidí sacar la cámara y fotografiar la escena, para después poder impresionar a mis amigos isleños.

Con el albergue, la verdad es que me llevé una muy buena sorpresa; me esperaba algo totalmente distinto de lo que me encontré. Resultó ser un edificio muy moderno y limpio, con un personal estupendo, buenas habitaciones y un rico desayuno. ¡No podía pedir nada más!
Allí conocí gente que, como yo, estaban de visita en la ciudad. La verdad es que casi todos eran franceses, jóvenes, grupos de adultos e incluso familias, pero seguro que ninguno era de París: Un señor mayor se sentó conmigo en el desayuno simplemente para charlar, porque él también viajaba solo, lo cual, aunque es el acto social más simple y normal del mundo, no me había ocurrido en todo este mes en París, donde de hecho, como casi todos los días en una mesa con otras 4 personas sin que nadie se dirija la palabra… ¡pero ya hablaré de eso en otra entrada!
También me encontré con un grupo de amigos que viajaban juntos en pareja y cuya edad media debía estar entre los 50 o 60 años. Al verme sola mirando el mapa el domingo por la mañana antes de salir, me invitaron a unirme al grupo, que contaba con un hombre que había vivido en Rouen y se conocía todos los monumentos, museos e iglesias interesantes de la ciudad. Sin embargo, algo “aparisinada”, rechacé la oferta, pero con mucha simpatía. ¿Y qué hicieron ellos? Pues sentarse conmigo en la mesa y marcarme en el mapa los sitios más bonitos y escondidos de Rouen… ¿Creen que eso sería posible en París? Ya veremos si me ocurre en estos 9 meses.

Así que el domingo pasee más tranquila. Como la ciudad es tan pequeña, ya había ido a todos los sitios que pretendía, pero gracias a mis amigos del albergue, tenía nuevos destinos. Además, hizo muy buen tiempo, por lo que pude pasear con más serenidad y admirar el paisaje, aunque casi todas las tiendas estaban cerradas y prácticamente no había personas en la calle.
Finalmente, antes de que acabase la tarde volvió a llover, lo que me obligó a estar en la estación un par de horas antes de que saliese mi tren, ¡pero nada que no solucione un café calentito y un buen libro!

Antes de acabar, animo a todo el que me lea a visitar Rouen al menos una vez. Es una ciudad perfecta en la que pasar un fin de semana romántico o una escapada con los amigos, para pasear por sus encantadoras calles, admirar sus iglesias y visitar algunos de sus museos (entre los que recomiendo especialmente: “Le Musée Flaubert et d’histoire de la médicine” y “Le Musée des Antiquités”).

Así que, au revoir! ¡Y hasta la próxima aventura!



                                          Casitas monísimas

                                          ¡Más casitas!

viernes, 12 de octubre de 2012

Internet, una odisea en París

           Después de un mes casi completamente aislada del mundo, ¡ya tengo internet! Ha sido toda una hazaña que me ha costado 20 visitas a la tienda, lágrimas, estrés, sudor y sangre. Desde luego, ha sido una Odisea que bien merece una entrada…

Todo empezó una tranquila tarde de mis primeros días, cuando decidí ir a contratar el servicio de Internet. Fui con mis padres, que aún estaban aquí (¡y menos mal!), a una de las tiendas que me recomendó la inmobiliaria. Contratar únicamente una línea de Internet básica y barata me fue imposible desde un primer momento, ya que los franceses no conciben la idea de que quieras solamente conectarte a internet sin tener también una línea de teléfono fijo, 100 canales de televisión y un número móvil. Como tener un número de móvil francés era también algo que necesitaba, acepté, y decidí llevarme este súper paquete al que llaman “Bbox”.
El primer problema surgió cuando fui a pagar el móvil y me pidieron una tarjeta de crédito francesa, no para pagar, porque podía pagar con cualquier tarjeta, sino para… Bueno, la verdad es que nunca entendí para qué la querían. El caso era que, como había llegado esa misma semana, hacía solo un par de días que me había abierto una cuenta en el banco, y todavía tenía que esperar una semana para que me llegase la tarjeta.
Así que, decidí dejar el móvil y llevármelo más adelante. Pagué la Bbox (porque para eso no necesitaban una tarjeta francesa… ¿?¿?) y pedí cita para que un técnico viniese a casa a instalarme todo lo demás. Como se trata de un país más bien lento, la primera cita disponible era a partir de dos semanas… Pero bueno, ¿qué le iba a hacer?
Después llegó el segundo “obstáculo”: Cuando voy a fijar una cita con los técnicos, el vendedor me pide mis datos: dirección, correo electrónico y… un número de teléfono. (Al parecer aquí siempre te piden un número para que los técnicos te llamen el día anterior a la instalación y confirmen que estarás en casa. Si no tienes número o no respondes, no hay instalación.) Escribí mi número de teléfono pero… ¡oh, oh! El sistema no lo admite, tiene que ser un número francés.
Miro al vendedor, que después de haberme atendido durante 2 horas se había convertido ya en un íntimo amigo, con cara de “¿y ahora qué?”. Necesito internet, pero para instalarlo tengo que tener un móvil francés, que no puedo comprar porque me piden una tarjeta francesa que no me llegará hasta dentro de 10 días…
La idea de quedarme sola en Francia 3 semanas (porque se iban a convertir en 3 semanas, aunque yo aún no lo sabía) sin internet ni ningún otro medio de comunicación, no me gustó ni a mí, ni a mis padres, ni a nadie. Así que, siguiendo el consejo del vendedor, y del encargado que ya se nos había unido a esta entretenida tarde, me compré un móvil cutrísimo de usar y tirar sólo para que los técnicos me pudiesen llamar y así pudiese tener Internet.
Salí de la tienda medianamente feliz, creyendo que ya todo se había solucionado. Por un momento fui lo suficientemente ingenua e ilusa como para creer que solo tendría que esperar dos semanas para internet y una semana para tener un móvil… ¡Nada más lejos de la verdad! Porque eso fue un martes 18 de septiembre, y no llegué a tener Internet hasta la noche del 8 de octubre.

Pasaron los días. Al cabo de una semana mis padres volvieron a Tenerife y yo seguía esperando a que me llegase la tarjeta que se había retrasado un poco (¡Sorpresa!). Pero al fin, conseguí mi tarjeta y, por tanto el móvil. Y la verdad es que, comparado con todo lo demás, el hecho de que para poder llevarme el móvil tuviese que ir y venir un par de veces el mismo día a la tienda porque cada vez que iba me pedían papeles diferentes, es totalmente insignificante, porque ya había asumido que estaba en Francia.

Una semana más tarde vino el técnico a casa y me instaló la Bbox. Me dijo que esperase 20 minutos a que se reconfigurase el aparato, y que ya entonces tendría tele e internet. Así que, pecando otra vez de crédula, avisé a mis padres para que se conectasen al Skype, encendí la tele, el ordenador, y esperé sentada en la cama 20 minutos, media hora, una hora… A las dos horas sospeché que algo raro pasaba. Así que, decepcionada, me fui a dormir pensando que por un día más no pasaría nada… ¡JÁ!
Como 24 horas después la situación seguía siendo la misma, decidí ir a la tienda a ver qué pasaba. Allí me dijeron que el técnico se había confundido, y que en realidad lo normal era esperar 48 horas.
El caso es que, después de 5 días y 5 excursiones a la tienda, decidieron que lo mejor era mandarme otro técnico para ver si era un problema del aparato, aunque ellos estaban completamente seguros de que el problema era yo, que como era extranjera no sabía darle al botón de encender del rúter… Así que me pasé toda una mañana de un soleado sábado en mi piso esperando a que el técnico llegase, cosa que jamás ocurrió, por lo que tuve que volver a mi segunda casa -la tienda- otra vez. Me dijeron que volviese al piso y que esperase allí toda la tarde porque de 13:00 a 17:00 me asistiría un técnico por teléfono (al parecer ninguno quería subir caminando los cinco pisos)… Esa noche tuve tele.

Y ya por fin, para el Internet solo tuve que esperar algunos días más, pero esta vez por culpa de mi ordenador, que tengo que enchufar al rúter para que se pueda conectar a la red. Nunca me había pasado pero… ¡Estamos en París!
Pero lo peor te todo esto es que... ¡me encanta vivir aquí!

 Alba 

martes, 9 de octubre de 2012

¡Rumbo a París!


Soy una estudiante de filología francesa que estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa por vivir un año en París. Así que, cuando este año decidí pedir una “beca Erasmus”, elegí, de entre todos los destinos que me proponían, el más caro, el más difícil, el que más asustaba, el que más dificultades académicas presentaba y donde, según dicen, los franceses son aún más antipáticos: ¡París!
Lo único que tenía claro que no iba a sacrificar era la idea de tener un baño decente y privado y mi pasión por los zapatos. Así, tras meses de búsqueda intensiva, nervios y mucho papeleo, estoy viviendo en París, en un quinto piso sin ascensor, en un “estudio” de 13 m2, sin lavadora ni secadora, pero con un baño precioso y una zapatera medianamente digna.
La verdad es que esta situación  me parece el escenario perfecto donde vivir una gran aventura y muchísimas experiencias que he decidido compartir con ustedes.