lunes, 10 de diciembre de 2012

Qué peligroso puede ser sonreír...


Hay quienes dicen que los franceses son demasiado antipáticos, otros opinan que no, que simplemente son diferentes, o un poco “raritos”… Yo, la verdad, es que siempre he pensado que habría una explicación,  que en realidad eran muy seguros de sí mismos y que eso era lo que nos inspiraba antipatía…
Tengo que decir que, desde que estoy aquí, me he encontrado con todo tipo de personas; desde la empleada del banco que me dijo que le podía llevar cualquier tipo de papeleo que tuviese que arreglar para rellenarlo juntas, pasando por el apuesto camarero del café de la esquina de mi calle que, no solo llamó él mismo al taxi que llevaba a mis padres al aeropuerto, sino que al verme triste cuando ellos se fueron me invitó a un café y me dio la bienvenida a París, hasta llegar a las mujeres que trabajan en la administración de la universidad, cuyas respuestas siempre son “tant pis” (¡mala suerte!) o, en sus mejores días, “tant mieux pour vous” (pues mejor para ti). Todo esto sin olvidar, por supuesto, al agradable profesor que me corrigió dos tildes en mi disertación y primer examen en Francia y me dijo, después de los 6 años que llevo estudiando francés, que mi francés era incomprensible…  ¡Ese si es un hombre agradable! En fin…
El caso es que creo que, como en todos lados, en París se puede encontrar gente de todo tipo: simpáticos, antipáticos, colaboradores, tontos del cu… Pero sí que empiezo a pensar que, por muy simpáticos que sean, a todos les cuesta tener una sonrisa en la cara, y la prueba la encontré la semana pasada cuando leí en el periódico: “un hombre es detenido en el metro de París por ir sonriendo”. Aunque esto parezca una broma, tiene su explicación. En el metro y las estaciones de París (y supongo que en el resto de las grandes ciudades), están muy pendientes de las “maletas, mochilas y paquetes sospechosos”, por todo el tema de las bombas. El caso es que  aquí es muy normal que el metro deje de funcionar durante media hora debido a “un colis suspect”, es decir, un paquete sospechoso. Desde que vean en el metro una mochila o algún bulto sin acompañar, ya se convierte en sospechoso y la policía se ve obligada a evacuar casi la línea entera. Por este mismo motivo, en el metro se nos recuerda todo el rato que hay que avisar a la policía  desde que alguien vea algo sospechoso. Algo o… alguien… Y aquí nos encontramos con la explicación de la noticia: al parecer este pobre hombre iba solo en el metro y sonriendo sin aparentes motivos. Resultado: alguien llama  a la policía para denunciar esta situación tan extraña. Evidentemente, en cuanto supieron por qué era sospechoso este hombre lo soltaron, y no creo que llegase a nada más que a un simple malentendido.
La verdad es que no estoy totalmente segura de que esto ocurriese realmente, porque me parece demasiado gracioso o triste según se mire, pero lo cierto es que me ha hecho pensar. Quitándole el lado cómico al tema, y a lo impactante que nos pueda parecer a nosotros, en realidad no me pareció tan raro… En el metro veo todos los días a cientos de personas, la mayoría van solos, leyendo, escuchando música, hablando por el móvil o ensimismados en sus pensamientos… Desde luego ninguno de ellos va sonriendo. Así que tras leer el artículo, me imaginé en el metro yendo a clase como todos los días y ver de repente a alguien sonriendo, obviamente, ¡a su lado no me siento!
La otra explicación a que alguien te sonría en el metro es que está ligando contigo, y eso me lo explicó una amiga que lleva viviendo aquí un par de años. La verdad es que en Tenerife, cuando me sentaba en el tranvía o en donde fuese, siempre sonreía a la persona sentada en frente si me estaba mirando. No sé por qué, pero siempre lo hacía, era como decir “hola J”. Y cuando llegué aquí seguía haciendo eso, hasta que me di cuenta de que casi nadie me devolvía la sonrisa, solo algún que otro chico de vez en cuando y con una mirada demasiado intensa… Pero un buen día descubrí que para todas esas personas, ancianas, niños, niñas, madres, padres… ¡yo estaba ligando con ellas!
Ya intento no sonreír, aunque es cierto que a veces, cuando estoy de muy buen humor, no me doy cuenta, me olvido, y se me escapa alguna que otra sonrisita, pero bueno, esto es como con el idioma, cuestión de tiempo…
Mi madre dice que me he “afrancesado” demasiado. No lo sé, ya veremos cómo reaccionaré cuando esté allí, dentro de 2 semanas, y alguien en la calle me sonría sin razón alguna, o que llegue a un sitio, diga “buenos días” y nadie me conteste, o que todo el mundo me empiece a tratar de “tú” y a decirme “mira mi niña”… Evidentemente, todo tiene su parte buena y su parte mala.

Au revoir!

viernes, 30 de noviembre de 2012

De vacaciones en París

           Bonjour!

Antes que nada, siento haber desaparecido las dos últimas semanas, pero es que mi novio vino a París de visita y no había abierto el ordenador. Desgraciadamente, ya se fue así que ya vuelvo a mi rutina parisina.

La verdad es que en estas dos semanas he sido una turista al 100%; fuimos a la Torre Eiffel, al Arco del Triunfo, al Louvre, a Notre-Dame, Montmartre (como me aconsejaron por aquí…), e incluso dimos un paseo en barco por el Sena y, por supuesto, caminamos y caminamos por prácticamente todo París.
Lo cierto es que no descubrí casi nada nuevo, porque él nunca había estado aquí y tuve que enseñarle el típico recorrido que ya he hecho varias veces. Sin embargo, vistamos el Château de Versailles, cuya visita recomiendo fervientemente. Es cierto que ya había ido hace un par de años, pero fui un domingo, con lo cual había demasiadas personas y casi no pude ver nada, y encima me llovió, así que tampoco pude pasear por los jardines. Pero esta vez, fuimos un “soleado” jueves y pasamos allí todo el día, así que no solo pude ver con tranquilidad todo el palacio y admirar sus enormes jardines, sino que también pasamos casi toda la tarde en los dominios de María Antonieta, es decir, el Grand Trianon y el Petit Trianon.
Lo que más me gustó fue el Petit Trianon, pero no solo el palacete, sino la preciosa aldea que María Antonieta mandó a construir: es como un pueblito con adorables casitas normandas, con su molino, su huerto, su faro… ¡hasta con una granja!


Así que de verdad recomiendo a todo el que vaya a París que le dedique un día entero a Versailles, y no solo al palacio sino también a esta pequeña aldea y a los jardines, porque constituye un magnífico y romántico paseo.

El otro gran descubrimiento, mucho menos turístico, fue una pequeña librería que encontramos en Saint Michel, donde había cajas y cajas llenas de libros a 20 y 50 céntimos. Son libros usados de todo tipo; es cierto que hay algunos muy viejos e incluso un poco rotos (yo misma me compré uno sin cubierta), pero también hay otros que son bastante nuevos y que se venden a ese precio simplemente por ser de segunda mano o porque su antiguo dueño escribió su nombre en él. Además, no solo son novelas, también hay muchos libros para la Universidad, de derecho, de economía, para aprender idiomas… Se puede encontrar casi cualquier cosa en esas cajas. Así que, después de pasar ahí cerca de una hora, yo me llevé tres novelas y mi novio, que también está estudiando francés, un libro de vocabulario francés-español y dos libros de lectura, ¡y todo por menos de 3 euros! Para que luego digan que París es caro…

Y bueno, la verdad es que con tanto turismo no he tenido la ocasión ni el tiempo suficiente como para tener anécdotas frustrantes o graciosas que contarles, así que, mientras espero a que lleguen… Au revoir!

lunes, 12 de noviembre de 2012

¡Por email, por favor!


Estos últimos días he intentado comprender qué es lo que tanto me gusta de esta ciudad. Al principio solo se me ocurrían las cosas más simples y obvias, como sus calles, sus monumentos, sus cafeterías, sus panaderías, sus mercados y sus jardines. Más tarde, me di cuenta también de lo mucho que me gusta el metro de París; me encanta ir sentada leyendo un libro o el periódico, o simplemente mirar a los pasajeros que suben y bajan, hay gente de todo tipo y de todas partes del mundo, pero lo mejor de todo es el “run-run” del metro, cerrar los ojos y dejarme llevar por el movimiento de los vagones sobre las vías y pensar “¡Estoy en París!”

Estuve días convencida de que estas eran todas las razones que hacían que me maravillase tanto París, pero entonces empecé a pensar en las cosas que me sorprendían, que incluso me irritaban y de las que me quejo continuamente; ¿cómo una gran ciudad como París puede ser tan antigua, e incluso atrasada, en algunos aspectos? Esa es la eterna pregunta… Pienso en las cartas, en los cheques, en las escaleras…

No sé si es porque a los franceses no les gusta el correo electrónico o porque, como es tan difícil lograr tener internet, hay muchos que no tienen ordenador, pero el caso es que en París el correo postal sigue siendo fundamental. Aquí hay que enviar cartas por todo, a todo el mundo, y con un montón de papeles. Ya desde Tenerife lo vi venir cuando buscaba alojamiento y vi que todas las residencias me pedían que enviase mi solicitud, con mis documentos y los papeles necesarios por correo postal. Al principio me pareció algo curioso, pero cuando llegué aquí y en menos de dos semanas tuve que enviar más de diez cartas, el adjetivo “gracioso” se convirtió rápidamente en “estúpido”. Tuve que enviarle una carta a la universidad, a la inmobiliaria, a la compañía de internet… ¡hasta para pedir la tarjeta del metro tuve que enviar una carta! Luego, claramente, están los problemas del correo postal y la causa por la que ya casi no exista en el resto de Europa; la carta a la inmobiliaria, en la que tenía que adjuntar unos papeles importantes y urgentes, tardó 3 semanas en llegar, y la carta para solicitar la tarjeta del metro, en la que estaban todos mis datos personales, mi número de cuenta, y hasta una foto mía, se perdió. Pero bueno, al final la encontraron (¿?¿?) y pudieron enviarme (por correo postal) mi tarjeta del metro.
En total, creo que he enviado mas cartas en dos meses viviendo aquí que durante toda mi vida en España. Pero la verdad es que, ahora que me he acostumbrado, que conozco a los empleados de correo y me he comprado un bono de sellos y sobres para todo el año, ¡me gusta! Me agrada mirar el buzón todos los días y ver las cosas que me llegan y ya hasta me parece otra característica encantadora más de París.

Luego está el tema de los cheques. En realidad eso nunca me molestó ni me causó ningún inconveniente, sino que, al contrario, desde el principio me hizo mucha gracia. Al segundo día, cuando me fui a abrir la cuenta en el banco y la señorita me preguntó si quería una chequera miré a mis padres con cara de… “WHAT?” Pero cuando unos días más tarde fui a una floristería y vi a una mujer pagando un ramo de rosas con un cheque de 10 euros lo comprendí todo.  Ahora me da pena no haber pedido un talonario porque me haría mucha ilusión ir a una cafetería con unos amigos y decir “yo invito” y sacar la chequera de mi bolso y pagar. Cada vez que me lo imagino me rio. Pero aquí entregar un cheque sin fondos es un delito muy grave y pensé que tampoco era una manera muy buena de controlar el dinero, así que decidí sacarme una tarjeta joven sin chequera, que además era más barato.

Y por último están las escaleras; llevo viviendo en París dos meses, y aún no he cogido ningún ascensor. Subo y bajo las escaleras de los 5 pisos de mi edificio todos los días, luego en el metro es un subir y bajar constante, y aunque dicen que hay ascensores para las mujeres con carrito o las personas con silla de ruedas, yo no los he visto. Es cierto que en la universidad sí hay ascensor, pero es solo para los profesores, así que sigo subiendo y bajando escaleras… A veces pienso en ir a la Torre Eiffel y hacer la cola solo para coger un ascensor… Pero bueno, así no me hace falta ir al gimnasio y tengo las piernas más duras que nunca. Porque a todo esto hay que sumarle, por supuesto, los tacones; veo a las chicas en el metro, o incluso a mis compañeras de clase, con taconazos todos los días, y al principio pensaba “tendrán ascensor en su edificio”, porque me parecía imposible lo contrario, especialmente si pensaba en las escaleras estrechas de mi edificio. Pero ya hoy, como me adapto muy rápido al medio, subo y bajo yo también corriendo, claro está, las escaleras del metro con tacones. ¡Ya solo me falta llevar un croissant en una mano y un café en la otra!

En definitiva, estas son también las cosas que me gustan de París, que no puedes leer en las guías y de las que a lo mejor no te das cuenta cuando vas de viaje, pero es parte del encanto que tiene y que hace de ella una ciudad tan especial.




Alba

domingo, 4 de noviembre de 2012

Los mercados de París


Una de las cosas que más me maravilla de París son sus mercados y mercadillos. Me fascina de igual manera pasar una tarde o una mañana soleada leyendo en la Place des Vosges, que madrugar los fines de semana para ir a alguno de los mercados al aire libre de París. Para mí son lugares llenos de encanto a los que me gusta mucho ir, no con la necesidad de comprar algo, sino simplemente por pasear. Adoro pararme en cada uno de los puestos para mirar y oler todas las exquisiteces que se pueden encontrar.
Además, me parecen lugares especialmente “franceses”, ya que, gracias a Dios, muy pocos turistas madrugan un fin de semana para ir a buscar un mercado de frutas o un simple mercadillo de segunda mano, ¡pero a mí me encanta!
Hay muchos mercados callejeros en París, y desde luego aún me quedan bastantes por ver, pero de entre todos los que he visitado les recomiendo especialmente tres, muy diferentes entre sí:
Primero está el Marché des Enfants Rouges, que puede llegar a ser incluso el más conocido y el más frecuentado por los turistas debido a su ubicación céntrica en pleno Marais. Se trata del mercado cubierto más antiguo de París y su nombre hace referencia a un antiguo orfanato de la zona donde los niños llevaban una capa roja. Aunque este mercado cuenta con algunas "tratorías", una floristería y algunos otros puestos, en realidad no es el lugar idóneo para hacer grandes compras, sino más bien donde pasear y comer los fines de semana en alguno de sus encantadores restaurantes, entre los que destacan los de comida magrebí, japonesa y otros lugares exóticos.



 
Para curiosear y encontrar algún que otro “tesoro” está el Marché aux Puces de la Porte de Vanves. Es un mercadillo enorme, ocupa dos avenidas enteras, situado al sur de París, por la zona de Montparnasse, y ofrece sobretodo antigüedades y objetos muy curiosos de épocas muy diferentes. Desde luego, está claro que en dos avenidas de mercadillo se puede encontrar de todo; están los típicos puestos cutrillos que venden todos las mismas cosas y casi al mismo precio, pero también hay otros que son realmente maravillosos donde se pueden encontrar joyas, abalorios y baratijas antiguas, e incluso hay uno que vende alfombras y tapices de no sé qué época. Sólo está los fines de semana y hay que ir muy temprano para conseguir buenas oportunidades, pero merece la pena.

Y por último está el descubrimiento que he hecho esta mañana: el Marché de la Bastille, un mercado impresionante situado en una de las avenidas que va a dar a la Place de la Bastille. Aunque encontré algún que otro puesto de ropa y de otras cosas, es un mercado esencialmente dedicado a la comida, pero aún así me enamoró; la variedad es impresionante y el ambiente verdaderamente mágico. No solo estaban los típicos puestos de verduras, flores, frutas, pescados y quesos, sino que también había otros especialmente específicos. La verdad es que estuve cerca de una hora paseando, asomándome a cada uno de ellos e incluso sacando alguna que otra foto. Encontré una dulcería libanesa, un puesto marroquí donde estaban expuestas cerca de 50 especias diferentes, otro dedicado solamente a las aceitunas (¡que me encantan!) y otro solo de setas y champiñones. Además, había también algunos puestos de cada región, sobre todo de Normandía y Bretagne, e incluso vi uno español donde un señor tenía una paellera enorme y ofrecía un platito por 3 euros. Quería comprarlo todo, pero me di cuenta que viviendo sola y con una nevera en miniatura, no era una buena idea. Así que tuve que afrontar una dura decisión. Al final volví al libanés, donde compré algunos dulcitos para probar, y fui al puesto de las setas y pedí un variado… Esa será mi comida de mañana, a ver qué tal. (Obviamente hablo de las setas, los dulces ya desaparecieron).


 
Y otro lugar lleno de exquisiteces que recomiendo, aunque no es un mercado, ¡ni mucho menos!, es la Grande Épicerie de Paris. Es como una especie de supermercado del Bon Marché donde puedes encontrar casi cualquier especialidad culinaria del mundo, y de lo que busques encontrarás una gran variedad. Había una zona entera dedicada al café, otra al té, al foie y a los patés, a los embutidos, a la pasta… Y obviamente una panadería fantástica y una gran bodega. De hecho pensé que allí encontraría por fin un buen jamón serrano, que echo muchísimo de menos, y la verdad es que lo encontré, pero si lo hubiese comprado no habría podido comer el resto del mes… Así que viendo que estábamos en la primera semana del mes, decidí que era mejor contentarme con un buen croissant y… ¡qué bueno estaba!

Bueno, parecerá que he venido a París solamente a comer en vez de a estudiar, ¡pero es que aquí es imposible hacer lo contrario!

Alba

domingo, 28 de octubre de 2012

¡Se acabó la burocracia!


Bonjour! ¡Qué semana! Por fin he terminado de hacer todo el papeleo, es decir, ¡ya estoy completamente instalada! Iba a preparar una fiesta para celebrarlo, pero luego pensé que a lo mejor no íbamos a caber en mi casa…
Lo único que me faltaba era entregar unos papeles de “la caf”, una ayuda que se suele dar a los estudiantes para pagar el alquiler o las residencias. Tuve que ir varias veces porque, para variar, se me olvidó el RIB (un papelito con el número de cuenta y tu dirección que te piden aquí para casi cualquier cosa), pero al fin lo entregué todo.
Sin embargo, este sentimiento de libertad no duró mucho tiempo, ya que empieza noviembre y, por tanto, los parciales de evaluación continua, trabajos y demás en la universidad. De hecho, esta semana tuve que entregar una disertación en francés sobre una cita literaria de mínimo 4 páginas… Recalco lo de “en francés”, pero bueno, para eso estoy aquí, así que a ver cómo sale.
En la universidad tengo muy pocas horas de clase, pero lo cierto es que hay mucho trabajo autónomo; cada semana tengo que traducir varios textos del francés al español, y viceversa, leer libros para las clases de literatura, y por supuesto pasar a limpio los apuntes de cada día, lo que incluye revisar la ortografía francesa que aún no termino de dominar. Además, este trabajo es aún mayor para los estudiantes Erasmus, porque la mayoría de asignaturas nos dan la posibilidad de una evaluación continua, es decir, entregar muchos trabajos y hacer varios exámenes durante el cuatrimestre para así no tener que presentarnos obligatoriamente a la convocatoria de enero, donde no se tiene en cuenta si eres extranjero. El trabajo continuo cansa un poco y a veces resulta algo pesado, pero la verdad es que si todo sale bien, lo agradeceré en enero.
Pero en realidad, tengo que admitir que todo el trabajo de la universidad no me ha impedido disfrutar de París y sus alrededores, especialmente con el buen tiempo que ha hecho en estos últimos días: El lunes, por ejemplo, fue un día muy soleado, e incluso nos hizo algo de calor, así que por la tarde cogí un libro y aproveché para comprarme una granizada e irme al parque de Luxemburgo, mi parque favorito. Creo que estuve cerca de dos horas leyendo a la sombra de los árboles y disfrutando de la tarde, ¡hasta casi me dejé dormir! Cuando empezó refrescar decidí volver caminando a casa, y por el camino me encontré una librería fantástica especializada en idiomas… Cuando salí de allí ya era de noche…

Los demás días tuve que quedarme en casa y trabajar un poco, pero el fin de semana pasado, me fui de visita con una amiga y vecina a ver el Château de Fontainebleau y sus jardines, fue un día encantador, y la visita fue realmente preciosa, y ayer hice una excursión con unos amigos de Madrid a Provins, un pequeño pueblito medieval bastante pintoresco de la región de Île-de-France.
Además, como ya tengo mi tarjeta de estudiante para el transporte, los fines de semana y en vacaciones puedo coger el tren e irme a cualquier parte de la región gratis. Todo el mundo se queja de lo caro que es París, pero la verdad es que hay muchísimas ventajas para los estudiantes, ya sea en el transporte, como en las becas y ayudas, los comedores universitarios o en los museos, que son gratis para nosotros.
Así que ahora que estoy totalmente instalada, pienso disfrutar al completo de todas estas ventajas y conocer París y sus alrededores al 100%. Quiero descubrir lugares recónditos que casi ningún turista conoce, pero que en realidad son lugares maravillosos, para así poder escribir muchas entradas describiéndolos y que todos ustedes los conozcan y puedan ir algún día.
 
 
 
 
                                     ¡Provins!


                          Château de Fontainebleau.

viernes, 19 de octubre de 2012

Un finde en Rouen


Bonjour! Después de muchas ansias de aventuras y de un arrebato inmenso, la noche del jueves de la semana pasada decidí comprarme un billete de tren para ese mismo sábado con destino a Rouen, o como la bautizó Victor Hugo, “la Ciudad de los Cien Campanarios”. Así que, al día siguiente, me compré un mapa de la ciudad y una mochila donde metí un pequeño neceser, una muda, un pijama, la cartera y un libro. Y para ir de mochilera de verdad, busqué un albergue de juventud donde poder pasar la noche.
Para algunos será algo completamente normal, pero la verdad es que yo nunca había ido de mochilera ni me había quedado en un albergue. Y debo decir que la experiencia ha sido fascinante, y que pienso repetirla a lo largo de este año.

Rouen, para los que no la conocen, es una pequeña ciudad del norte de Francia y la capital de Normandía (la Haute-Normandie). En general es una ciudad que pasa más bien desapercibida ante los extranjeros, tanto por su tamaño como por la escasez de grandes monumentos turísticos, a pesar de ser una ciudad preciosa. De hecho, me fue imposible encontrar una guía de Rouen, pero me apañé con el mapa y con Internet.

El caso es que siempre he sentido curiosidad por esta ciudad sin saber muy bien por qué. Quizás porque la primera vez que fui un verano a Francia yo sola para estudiar francés, quise ir a Rouen, pero mi madre no me dejó porque estaba demasiado lejos y prefería que fuese más bien al sur del país… ¡Así son las madres!

Así, llegué a Rouen sin saber con total seguridad qué hacer; había decidido callejear por el casco antiguo ese día, pero estaba lloviendo demasiado, así que tuve que improvisar sobre la marcha. La verdad es que no me hizo falta mucho tiempo para darme cuenta de la gran diferencia que había entre Rouen y París; porque no había ni caminado 100 metros cuando me crucé con una persona en la calle que, tras cruzar las miradas, me sonrió… Enseguida entré en estado de shock.
Pero la verdad es que había más diferencias; en cuanto me bajé del tren, por ejemplo, supe que en realidad este mes no había pasado tanto frío como yo creía, y que lo voy a pasar bastante mal en diciembre y enero cuando llegue el invierno de verdad. Hizo mucho frío ese fin de semana en Rouen, y había mucha humedad en el ambiente, seguramente a causa del río, pero por suerte había ido preparada, así que me puse otra capa más de abrigo y empecé a pasear.
Aunque la lluvia es realmente incómoda para hacer turismo, no me impidió disfrutar de la arquitectura gótica de las iglesias, abadías y de la catedral de la ciudad, ante la que quedé maravillada. Pero la imagen más impactante fue la de la monumental abadía de Saint-Ouen.



 
                                          Abadía de Saint-Ouen


Después de comer dejó de llover y pude disfrutar del caso antiguo, que es verdaderamente precioso y donde destacan las calles adoquinadas con sus casitas antiguas con entramado de madera. Paseando, descubrí también muchas teterías, chocolaterías y alguna que otra dulcería o panadería donde pude permitirme un goloso caprichito.
Pero la tarde me dio otra sorpresa: no solo volvió a llover, ¡sino que además granizó! Aunque parecerá una tontería, siendo de Tenerife, ver granizar, y más en el mes de octubre, es algo que impacta un poco. Así que antes que nada, decidí sacar la cámara y fotografiar la escena, para después poder impresionar a mis amigos isleños.

Con el albergue, la verdad es que me llevé una muy buena sorpresa; me esperaba algo totalmente distinto de lo que me encontré. Resultó ser un edificio muy moderno y limpio, con un personal estupendo, buenas habitaciones y un rico desayuno. ¡No podía pedir nada más!
Allí conocí gente que, como yo, estaban de visita en la ciudad. La verdad es que casi todos eran franceses, jóvenes, grupos de adultos e incluso familias, pero seguro que ninguno era de París: Un señor mayor se sentó conmigo en el desayuno simplemente para charlar, porque él también viajaba solo, lo cual, aunque es el acto social más simple y normal del mundo, no me había ocurrido en todo este mes en París, donde de hecho, como casi todos los días en una mesa con otras 4 personas sin que nadie se dirija la palabra… ¡pero ya hablaré de eso en otra entrada!
También me encontré con un grupo de amigos que viajaban juntos en pareja y cuya edad media debía estar entre los 50 o 60 años. Al verme sola mirando el mapa el domingo por la mañana antes de salir, me invitaron a unirme al grupo, que contaba con un hombre que había vivido en Rouen y se conocía todos los monumentos, museos e iglesias interesantes de la ciudad. Sin embargo, algo “aparisinada”, rechacé la oferta, pero con mucha simpatía. ¿Y qué hicieron ellos? Pues sentarse conmigo en la mesa y marcarme en el mapa los sitios más bonitos y escondidos de Rouen… ¿Creen que eso sería posible en París? Ya veremos si me ocurre en estos 9 meses.

Así que el domingo pasee más tranquila. Como la ciudad es tan pequeña, ya había ido a todos los sitios que pretendía, pero gracias a mis amigos del albergue, tenía nuevos destinos. Además, hizo muy buen tiempo, por lo que pude pasear con más serenidad y admirar el paisaje, aunque casi todas las tiendas estaban cerradas y prácticamente no había personas en la calle.
Finalmente, antes de que acabase la tarde volvió a llover, lo que me obligó a estar en la estación un par de horas antes de que saliese mi tren, ¡pero nada que no solucione un café calentito y un buen libro!

Antes de acabar, animo a todo el que me lea a visitar Rouen al menos una vez. Es una ciudad perfecta en la que pasar un fin de semana romántico o una escapada con los amigos, para pasear por sus encantadoras calles, admirar sus iglesias y visitar algunos de sus museos (entre los que recomiendo especialmente: “Le Musée Flaubert et d’histoire de la médicine” y “Le Musée des Antiquités”).

Así que, au revoir! ¡Y hasta la próxima aventura!



                                          Casitas monísimas

                                          ¡Más casitas!

viernes, 12 de octubre de 2012

Internet, una odisea en París

           Después de un mes casi completamente aislada del mundo, ¡ya tengo internet! Ha sido toda una hazaña que me ha costado 20 visitas a la tienda, lágrimas, estrés, sudor y sangre. Desde luego, ha sido una Odisea que bien merece una entrada…

Todo empezó una tranquila tarde de mis primeros días, cuando decidí ir a contratar el servicio de Internet. Fui con mis padres, que aún estaban aquí (¡y menos mal!), a una de las tiendas que me recomendó la inmobiliaria. Contratar únicamente una línea de Internet básica y barata me fue imposible desde un primer momento, ya que los franceses no conciben la idea de que quieras solamente conectarte a internet sin tener también una línea de teléfono fijo, 100 canales de televisión y un número móvil. Como tener un número de móvil francés era también algo que necesitaba, acepté, y decidí llevarme este súper paquete al que llaman “Bbox”.
El primer problema surgió cuando fui a pagar el móvil y me pidieron una tarjeta de crédito francesa, no para pagar, porque podía pagar con cualquier tarjeta, sino para… Bueno, la verdad es que nunca entendí para qué la querían. El caso era que, como había llegado esa misma semana, hacía solo un par de días que me había abierto una cuenta en el banco, y todavía tenía que esperar una semana para que me llegase la tarjeta.
Así que, decidí dejar el móvil y llevármelo más adelante. Pagué la Bbox (porque para eso no necesitaban una tarjeta francesa… ¿?¿?) y pedí cita para que un técnico viniese a casa a instalarme todo lo demás. Como se trata de un país más bien lento, la primera cita disponible era a partir de dos semanas… Pero bueno, ¿qué le iba a hacer?
Después llegó el segundo “obstáculo”: Cuando voy a fijar una cita con los técnicos, el vendedor me pide mis datos: dirección, correo electrónico y… un número de teléfono. (Al parecer aquí siempre te piden un número para que los técnicos te llamen el día anterior a la instalación y confirmen que estarás en casa. Si no tienes número o no respondes, no hay instalación.) Escribí mi número de teléfono pero… ¡oh, oh! El sistema no lo admite, tiene que ser un número francés.
Miro al vendedor, que después de haberme atendido durante 2 horas se había convertido ya en un íntimo amigo, con cara de “¿y ahora qué?”. Necesito internet, pero para instalarlo tengo que tener un móvil francés, que no puedo comprar porque me piden una tarjeta francesa que no me llegará hasta dentro de 10 días…
La idea de quedarme sola en Francia 3 semanas (porque se iban a convertir en 3 semanas, aunque yo aún no lo sabía) sin internet ni ningún otro medio de comunicación, no me gustó ni a mí, ni a mis padres, ni a nadie. Así que, siguiendo el consejo del vendedor, y del encargado que ya se nos había unido a esta entretenida tarde, me compré un móvil cutrísimo de usar y tirar sólo para que los técnicos me pudiesen llamar y así pudiese tener Internet.
Salí de la tienda medianamente feliz, creyendo que ya todo se había solucionado. Por un momento fui lo suficientemente ingenua e ilusa como para creer que solo tendría que esperar dos semanas para internet y una semana para tener un móvil… ¡Nada más lejos de la verdad! Porque eso fue un martes 18 de septiembre, y no llegué a tener Internet hasta la noche del 8 de octubre.

Pasaron los días. Al cabo de una semana mis padres volvieron a Tenerife y yo seguía esperando a que me llegase la tarjeta que se había retrasado un poco (¡Sorpresa!). Pero al fin, conseguí mi tarjeta y, por tanto el móvil. Y la verdad es que, comparado con todo lo demás, el hecho de que para poder llevarme el móvil tuviese que ir y venir un par de veces el mismo día a la tienda porque cada vez que iba me pedían papeles diferentes, es totalmente insignificante, porque ya había asumido que estaba en Francia.

Una semana más tarde vino el técnico a casa y me instaló la Bbox. Me dijo que esperase 20 minutos a que se reconfigurase el aparato, y que ya entonces tendría tele e internet. Así que, pecando otra vez de crédula, avisé a mis padres para que se conectasen al Skype, encendí la tele, el ordenador, y esperé sentada en la cama 20 minutos, media hora, una hora… A las dos horas sospeché que algo raro pasaba. Así que, decepcionada, me fui a dormir pensando que por un día más no pasaría nada… ¡JÁ!
Como 24 horas después la situación seguía siendo la misma, decidí ir a la tienda a ver qué pasaba. Allí me dijeron que el técnico se había confundido, y que en realidad lo normal era esperar 48 horas.
El caso es que, después de 5 días y 5 excursiones a la tienda, decidieron que lo mejor era mandarme otro técnico para ver si era un problema del aparato, aunque ellos estaban completamente seguros de que el problema era yo, que como era extranjera no sabía darle al botón de encender del rúter… Así que me pasé toda una mañana de un soleado sábado en mi piso esperando a que el técnico llegase, cosa que jamás ocurrió, por lo que tuve que volver a mi segunda casa -la tienda- otra vez. Me dijeron que volviese al piso y que esperase allí toda la tarde porque de 13:00 a 17:00 me asistiría un técnico por teléfono (al parecer ninguno quería subir caminando los cinco pisos)… Esa noche tuve tele.

Y ya por fin, para el Internet solo tuve que esperar algunos días más, pero esta vez por culpa de mi ordenador, que tengo que enchufar al rúter para que se pueda conectar a la red. Nunca me había pasado pero… ¡Estamos en París!
Pero lo peor te todo esto es que... ¡me encanta vivir aquí!

 Alba 

martes, 9 de octubre de 2012

¡Rumbo a París!


Soy una estudiante de filología francesa que estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa por vivir un año en París. Así que, cuando este año decidí pedir una “beca Erasmus”, elegí, de entre todos los destinos que me proponían, el más caro, el más difícil, el que más asustaba, el que más dificultades académicas presentaba y donde, según dicen, los franceses son aún más antipáticos: ¡París!
Lo único que tenía claro que no iba a sacrificar era la idea de tener un baño decente y privado y mi pasión por los zapatos. Así, tras meses de búsqueda intensiva, nervios y mucho papeleo, estoy viviendo en París, en un quinto piso sin ascensor, en un “estudio” de 13 m2, sin lavadora ni secadora, pero con un baño precioso y una zapatera medianamente digna.
La verdad es que esta situación  me parece el escenario perfecto donde vivir una gran aventura y muchísimas experiencias que he decidido compartir con ustedes.