lunes, 12 de noviembre de 2012

¡Por email, por favor!


Estos últimos días he intentado comprender qué es lo que tanto me gusta de esta ciudad. Al principio solo se me ocurrían las cosas más simples y obvias, como sus calles, sus monumentos, sus cafeterías, sus panaderías, sus mercados y sus jardines. Más tarde, me di cuenta también de lo mucho que me gusta el metro de París; me encanta ir sentada leyendo un libro o el periódico, o simplemente mirar a los pasajeros que suben y bajan, hay gente de todo tipo y de todas partes del mundo, pero lo mejor de todo es el “run-run” del metro, cerrar los ojos y dejarme llevar por el movimiento de los vagones sobre las vías y pensar “¡Estoy en París!”

Estuve días convencida de que estas eran todas las razones que hacían que me maravillase tanto París, pero entonces empecé a pensar en las cosas que me sorprendían, que incluso me irritaban y de las que me quejo continuamente; ¿cómo una gran ciudad como París puede ser tan antigua, e incluso atrasada, en algunos aspectos? Esa es la eterna pregunta… Pienso en las cartas, en los cheques, en las escaleras…

No sé si es porque a los franceses no les gusta el correo electrónico o porque, como es tan difícil lograr tener internet, hay muchos que no tienen ordenador, pero el caso es que en París el correo postal sigue siendo fundamental. Aquí hay que enviar cartas por todo, a todo el mundo, y con un montón de papeles. Ya desde Tenerife lo vi venir cuando buscaba alojamiento y vi que todas las residencias me pedían que enviase mi solicitud, con mis documentos y los papeles necesarios por correo postal. Al principio me pareció algo curioso, pero cuando llegué aquí y en menos de dos semanas tuve que enviar más de diez cartas, el adjetivo “gracioso” se convirtió rápidamente en “estúpido”. Tuve que enviarle una carta a la universidad, a la inmobiliaria, a la compañía de internet… ¡hasta para pedir la tarjeta del metro tuve que enviar una carta! Luego, claramente, están los problemas del correo postal y la causa por la que ya casi no exista en el resto de Europa; la carta a la inmobiliaria, en la que tenía que adjuntar unos papeles importantes y urgentes, tardó 3 semanas en llegar, y la carta para solicitar la tarjeta del metro, en la que estaban todos mis datos personales, mi número de cuenta, y hasta una foto mía, se perdió. Pero bueno, al final la encontraron (¿?¿?) y pudieron enviarme (por correo postal) mi tarjeta del metro.
En total, creo que he enviado mas cartas en dos meses viviendo aquí que durante toda mi vida en España. Pero la verdad es que, ahora que me he acostumbrado, que conozco a los empleados de correo y me he comprado un bono de sellos y sobres para todo el año, ¡me gusta! Me agrada mirar el buzón todos los días y ver las cosas que me llegan y ya hasta me parece otra característica encantadora más de París.

Luego está el tema de los cheques. En realidad eso nunca me molestó ni me causó ningún inconveniente, sino que, al contrario, desde el principio me hizo mucha gracia. Al segundo día, cuando me fui a abrir la cuenta en el banco y la señorita me preguntó si quería una chequera miré a mis padres con cara de… “WHAT?” Pero cuando unos días más tarde fui a una floristería y vi a una mujer pagando un ramo de rosas con un cheque de 10 euros lo comprendí todo.  Ahora me da pena no haber pedido un talonario porque me haría mucha ilusión ir a una cafetería con unos amigos y decir “yo invito” y sacar la chequera de mi bolso y pagar. Cada vez que me lo imagino me rio. Pero aquí entregar un cheque sin fondos es un delito muy grave y pensé que tampoco era una manera muy buena de controlar el dinero, así que decidí sacarme una tarjeta joven sin chequera, que además era más barato.

Y por último están las escaleras; llevo viviendo en París dos meses, y aún no he cogido ningún ascensor. Subo y bajo las escaleras de los 5 pisos de mi edificio todos los días, luego en el metro es un subir y bajar constante, y aunque dicen que hay ascensores para las mujeres con carrito o las personas con silla de ruedas, yo no los he visto. Es cierto que en la universidad sí hay ascensor, pero es solo para los profesores, así que sigo subiendo y bajando escaleras… A veces pienso en ir a la Torre Eiffel y hacer la cola solo para coger un ascensor… Pero bueno, así no me hace falta ir al gimnasio y tengo las piernas más duras que nunca. Porque a todo esto hay que sumarle, por supuesto, los tacones; veo a las chicas en el metro, o incluso a mis compañeras de clase, con taconazos todos los días, y al principio pensaba “tendrán ascensor en su edificio”, porque me parecía imposible lo contrario, especialmente si pensaba en las escaleras estrechas de mi edificio. Pero ya hoy, como me adapto muy rápido al medio, subo y bajo yo también corriendo, claro está, las escaleras del metro con tacones. ¡Ya solo me falta llevar un croissant en una mano y un café en la otra!

En definitiva, estas son también las cosas que me gustan de París, que no puedes leer en las guías y de las que a lo mejor no te das cuenta cuando vas de viaje, pero es parte del encanto que tiene y que hace de ella una ciudad tan especial.




Alba

1 comentario:

  1. Ya veo que no "pierdes los papeles" y le estás cogiendo el gustillo a los parises. ¿Para cuando una entrada de Montmartre? Mira lo que te puedes encontrar: http://www.youtube.com/watch?v=AQ9zeDd0mpg&feature=relmfu

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