Hace unos días salí con unos amigos a
tomar algo por la noche (a las 7 de la tarde) para celebrar el cumpleaños de
una de las chicas. Elegimos un sitio que nos había llamado la atención y que
por lo visto tiene cierta fama entre los jóvenes. La verdad es que era un sitio
curioso y bastante parisino; un lugar muy pequeño con 3 mesas viejas de
diferentes colores y muy pegadas las unas a las otras.
Mi amiga y yo nos sentamos en la barra
esperando a que se liberase una mesa porque todas estaban ocupadas y nosotros
éramos cuatro. Entonces pensé: “¿cómo un sitio de copas que encima es famoso
puede ser tan pequeño?”. Pero 3 minutos más tarde encontré la respuesta a esta
pregunta cuando me fijé en que, si bien había solamente 3 mesas, cada una de
ellas tenía como 6 sillas. Es decir, en Francia cada cliente no tiene derecho a
una mesa, como es costumbre en España, sino a una silla, así que es muy normal
tomarte algo con una amiga y compartir la mesa con un grupo de desconocidos.
Aún así tuvimos suerte, y para cuando
llegaron los demás, habíamos conseguido una especie de “reservado”; una
esquinita más escondida con una pequeña mesa y como 10 sillas. Así, mi amiga
pudo disfrutar de cierta privacidad en su cumpleaños. Pero esto solo duró poco
más de una hora porque pronto llegaron 3 desconocidos que no encontraron sitio
y, al ver tantas sillas libres, se sentaron en el reservado con nosotros.
Imagínense la situación: una esquina con
una mesa diminuta y un corro de sillas alrededor… Evidentemente, nos sentimos
un poco intimidados ante los “invasores”, que encima nos doblaban la edad. Pero
al final, acabamos hablando y hasta nos tomamos unas copas con ellos.
He decidido dedicarle una entrada a esta
anécdota porque es algo que me llama mucho la atención de aquí, ya que no se
trata de una historieta rara y aislada, sino que me pasa muchas veces cuando
voy a tomarme sola un café o incluso alguna que otra vez comiendo. Cuando voy
yo sola a leer o a escribir a un Starbucks, por ejemplo, me parece algo normal,
porque hay pequeñas mesas con varios sillones individuales y normalmente si
utilizo solamente uno a mi lado se sientan otras personas que también están
solas y van a leer o a trabajar con el ordenador. Eso lo puedo entender y hasta
me parece muy práctico. Pero salir a almorzar con tu pareja y compartir mesa
con otra pareja… Mi madre dice que esta situación es de “anticonspiración”
total, porque incluso aunque tengas la suerte de tener una mesa para ti sola,
las mesas están tan pegadas las unas a las otras que es como si comieses en
grupo. A veces ni siquiera el camarero puede pasar entre ellas y cuando llegas
al restaurante, para sentarte, tienen que rodar la mesa de al lado, lo cual no
es muy práctico si te quieres levantar para ir al baño, por ejemplo… Tal vez
por eso todos los parisinos son tan delgados, porque desde luego vivir en París
con solo unos kilos de más ya debe de ser bastante complicado.
Así que, ante todo esto, me pregunto, ¿cómo
puede ser que en una ciudad en la que no se puede sonreír en el metro, en la
que se tiene que tener cuidado cuando vas a abordar a la gente en la calle por
si se sienten amenazados y en la que es bastante difícil hacer nuevas
amistades, la gente vea normal compartir una comida o unas copas con unos
desconocidos?
¿Cómo pudieron hacer una Revolución sin
que Luis XVI y Mª Antonieta se enteraran?
La
verdad es que yo no lo entiendo, ¿y ustedes?
Alba
No hay comentarios:
Publicar un comentario