¿Cómo son los Erasmus? Nadie lo sabe,
nadie les conoce. Son gente rara, que visten diferente y que van siempre un
poco “a su bola”. Yo siempre he pensado eso. Hasta en mi clase, en la
Universidad de La Laguna, que no llegamos a 20 personas, pensamos así. Cada
semestre tenemos uno o dos estudiantes extranjeros y la verdad es que nadie los
llega a conocer. Vienen a clases sueltas y no son muy habladores…
En general, puedo decir que en mi clase
de Tenerife somos un grupo bastante abierto, y en realidad siempre da curiosidad y resulta
muy exótico tener un amigo extranjero. De hecho, les invitamos a las chuletadas
o demás fiestas que hacemos, y al principio a todos nos llama la atención y
todos queremos conocer al Erasmus de la clase.
Pero… ¿qué pasa después? En la práctica,
no está tan bien tener un Erasmus en clase. Por de pronto, como no entienden
mucho y no vienen a todas las asignaturas, nunca se enteran cuando decidimos
hacer un día de fuga, por ejemplo; hay veces, cuando hay algún día suelto entre
un finde y un puente, que la clase se decide poner de acuerdo para faltar todos
un día, avisamos al profesor, que en principio siempre va a estar de acuerdo, y
si faltamos todos pues no se pierde la clase, sino que el profesor da el
temario al día siguiente. Pero de todos modos, aunque le hayamos avisado y esté
de acuerdo, su obligación es esperar en el aula al menos los 10 primeros
minutos por si al final alguien decide ir (lo cual está muy mal visto). ¿Y qué
pasa con los Erasmus? Pues que como no son amigos de ninguna persona en
particular, nadie se acuerda de avisarles o nadie tiene su correo. También
ocurre que se les avisa pero no entienden bien lo que pasa, o que simplemente
vienen a clases sueltas y no se enteran. Y entonces, llega el día de la fuga,
el profesor llega a clase y ve a dos alumnos, los Erasmus… ¡ups! Temario
perdido para el resto.
Además, nadie sabe por qué, pero resultan ser
personas muy sinceras y, los que nos han tocado a nosotros, bastante
trabajadores. Así que tampoco es muy práctico tenerlos en clase cuando, después
de un examen que a la mayoría nos ha salido muy mal, decidimos reclamar en
grupo y quejarnos al profesor por el nivel y la dificultad de la prueba. Porque
ahí están los Erasmus que enseguida dicen que a ellos les ha parecido muy fácil…
O cuando nos mandan alguna tarea que
nadie hace y cuando el profesor nos las pide decimos todos jugar contra su
memoria y asegurar que no la había mandado, y los Erasmus, desde la ingenuidad
dicen: “Sí, sí la mandó. Yo la tengo hecha”. Eso es que mata a cualquiera…
Pero, por otro lado, es muy gracioso
tenerlos en el grupo. Recuerdo que nos hacía mucha gracia cuando llegaban tarde
porque se equivocaban con el horario, o directamente se metían en la clase que
no era…
En fin, el caso es que esta semana me he
dado cuenta de que aquí soy la típica Erasmus. En realidad, aunque haya hecho
amistades en París, en las clases casi siempre estoy sola porque en todas soy
la única extranjera y voy a clases específicas, es decir, no tengo ninguna
asignatura con el mismo grupo de alumnos, así que en una hora y media de clase
a la semana me resulta difícil hacer amigos, sobre todo en este país.
También noto que visto diferente que las
otras chicas de mi edad, y la verdad es que aquí me arreglo mucho menos. Así
que cuando voy con mi sudadera, mi coleta, sin maquillar y con mi mochila y me siento al lado de una
francesa con un abrigo precioso, un recogido de pelo elaborado, pintadísima, su
falda y sus tacones, pues siento que tengo pegado en la frente un papel enorme que
dice “EXTRANJERA”.
Pero eso es lo de menos, lo que me ha
hecho darme cuenta de todo esto fue una cosa que ocurrió hace un par de semanas…
Yo tengo clases 4 días a la semana, los lunes y martes empiezo al mediodía y
los jueves y viernes me toca madrugar. Teniendo clases con horarios diferentes,
en aulas diferentes y en facultades diferentes, la verdad es que me cuesta
aprenderme de memoria todo y las primeras semanas voy con un papelito con las
clases, los horarios y el número de aula apuntado (típico de los Erasmus).
Bueno, yo empecé las clases en febrero, fui una semana a clase, y luego falté
una semana porque vinieron mi madre y mi hermana. A la semana siguiente, la
clase del jueves se anuló, y el jueves siguiente toco festivo. Es decir,
durante casi un mes, solo tenía que madrugar los viernes, que tengo clase a las
9 de la mañana, y en esas semanas ya me había dado tiempo a aprenderme todos
los horarios y ya no iba más con mi papelito por ahí
Cuando por fin me volvió a tocar ir a la
universidad un jueves por la mañana, llegué 3 minutos tarde porque hubo un
problema en el metro. El caso es que, cuando llegué a las 09:03 vi que la
puerta estaba cerrada y por fuera había un cartel que ponía “no entrar si la
puerta está cerrada”. Aún así intenté entrar, porque me parecía sorprendente que
a los 3 minutos la puerta estuviese ya cerrada ya que aquí los profesores
suelen llegar siempre 5 minutos tarde adrede para dar tiempo a los alumnos a
cambiar de aula. Pero en cuanto abrí la puerta la profesora me fulminó con la
mirada y me dijo: “¿No sabe leer? Lo siento, ya no se puede entrar”. Así que
volví a mi casa, después de haberme despertado a las 7 de la mañana,
maldiciendo a todo el mundo.
A la semana siguiente, viendo lo pronto
que se cerraba la puerta de esa clase, salí mucho antes de casa por si volvía a
ocurrir algún imprevisto en el metro. Pero, para mi sorpresa, a pocos minutos
de las 9, la puerta ya estaba cerrada… ¡No podía ser! Abrí la puerta indignada,
decidida a rechistar si la mujer no me dejaba entrar. La profesora me miró,
ojeó su reloj y me dijo: “Pase”. Mirándola con orgullo me senté en la primera
mesa que vi preparada para mi hora y media de clase. Y entonces, no había
pasado ni media hora cuando la profesora dice: “Bueno chicos, esto es todo por
hoy, hasta la semana que viene”. Al principio no entendía nada, pero supuse que
en la clase anterior habría dicho que ese día saldríamos antes, aunque me
extrañaba que nos hubiese hecho ir solo para media hora, así que le pregunté a
un grupo de chicas que estaban a mi lado. Ellas se miraron unas a otras, se desternillaron
de risa en mi cara y me contestaron entre risitas: “En realidad, la clase empieza
a las 8 de la mañana, y por eso acaba a las 9 y media.”
Me morí de vergüenza, les di las gracias
por la información y, volví de nuevo a casa diciéndome “Alba, eres una Erasmus”.
Alba
No hay comentarios:
Publicar un comentario